LA ELECCIÓN DE DIOS, de GEORGE WEIGEL
Benedicto XVI acaba de vivir hace poco tiempo una situación insólita emparentada directamente con el 11-S: una jornada en que la futura yihad quiso destruir la elección de Dios. Eruditos habrá que sepan si el día de la ira musulmana decretado un viernes contra Benedicto XVI tiene precedentes históricos. De lo que carece es de explicación racional, aunque no de motivaciones.
Walid Phares, libanés y asesor de la Casa Blanca en materia de terrorismo, las aporta en La futura yihad (Gota a Gota, Madrid, 2006, 540 pp. 30 €), una obra que resume muchos años de estudio sobre una corriente ideológica, el yihadismo, con afanes de dominio mundial. Hace décadas emprendió una guerra que sólo gracias al impacto mundial del 11-S y del derrumbamiento de las Torres Gemelas de Nueva York pudo calibrar la opinión pública en toda su amplitud.
Phares entiende que esta ideología venía dando muestras de su carácter totalitario (en los fines) y terrorista (en los medios) desde mucho antes de 2001, pero se prefirió mirar hacia otro lado. Su origen se remonta al nacimiento mismo de la religión islámica: la yihad (esfuerzo, llamamiento a la movilización) nace con las primeras campañas militares de los seguidores de Mahoma contra la clase dirigente de La Meca. Pues bien, hoy los yihadistas son personas que creen seguir los dictados de Alá al "movilizarse"; están convencidos de que representan el auténtico islam y son los legítimos herederos de su historia. "Son terroristas del siglo XX", dice el autor, "que pretenden reanudar las guerras desencadenadas por los imperios islámicos hace catorce siglos". Como se ha perdido la unidad política de la que gozaron los abásidas o los otomanos, "actúan por su cuenta" y "se aferran a la violencia en nombre de toda la comunidad y toda la religión".
Han existido a lo largo de la historia en muchas formas: los wahabistas a finales del siglo XVIII, los Hermanos Musulmanes a principios del XX, Jomeini y los ayatolás a finales... Phares estudia primero a fondo la mentalidad de un yihadista y luego cómo ha ido evolucionando conforme los acontecimientos principales de nuestro tiempo. Hasta llegar a Al Qaeda, "buque nodriza" del que se nutre la red yihadista en el mundo, en ocasiones puramente local. El libro analiza cuál es la situación actual de la guerra contra el terrorismo en todo el mundo y las razones del odio peculiar de los yihadistas contra Estados Unidos, y sobre todo alienta la esperanza de que es posible derrotarlo, pero con una condición: "Se puede ganar la guerra contra el terrorismo si se gana previamente la guerra de las ideas", que consiste en comprender el carácter universal y totalitario del poder al que aspiran estos sujetos, y en estar dispuestos a oponerles, según el autor, "el viento de la democracia y el humanismo".
Por ese sentido de dominio absoluto que pretenden los yihadistas relacionamos dicha corriente con el "día de la ira musulmana" contra Benedicto XVI, aunque es obvio que una mayoría de mahometanos que se adhirieron a esa absurda jornada de repulsa nada tienen que ver con bombas ni asesinatos masivos. Pero lo que ha quedado claro durante la polémica por el discurso papal en Ratisbona es que el radicalismo y el fanatismo marcan hoy la pauta política del mundo musulmán: los fundamentalistas –y todos los yihadistas lo son- mueven la batuta.
No es normal ese histerismo que ha provocado muertos, iglesias quemadas y retirada de embajadores, por el hecho de que el Papa citase, sin hacer suyas, las palabras del emperador Manuel II Paleólogo sobre Mahoma. Esa reacción demuestra que el mundo islámico se deja manipular con facilidad, y permite que marquen la agenda quienes usan estas campañas para amedrentar a Occidente y anular su capacidad de resistencia, haciéndole sentirse culpable. Han intentando que Benedicto XVI se disculpase; cosa que, obviamente, no hizo, aunque sí aclaró con insistencia su verdadera posición. No le conocían.
A conocerle les habría ayudado el excelente ensayo biográfico y sobre la actualidad y futuro de la Iglesia que ha escrito George Weigel bajo el título La elección de Dios. Benedicto XVI y el futuro de la Iglesia (Criteria, Madrid, 2006, 302 pp., 14 €). Habrían descubierto entonces a un hombre de casi exclusiva dedicación intelectual y de carácter sencillo y humilde, empeñado además –como su predecesor Juan Pablo II- en tender puentes a otras religiones. Es impensable en Benedicto XVI la voluntad de ofender a cientos de millones de musulmanes en todo el mundo atacando a su Profeta; en ese discurso sólo quiso dejar muy claro que la fe y la violencia resultan incompatibles, y que la fe camina de la mano de la razón.
Weigel ya es un viejo conocido para los católicos de muchas lenguas, como autor de la biografía más leída del Papa Wojtyla, con cientos de miles de ejemplares vendidos. En La elección de Dios no hace exactamente lo mismo, sino que arranca con un relato de los últimos días de Juan Pablo II y del cónclave que eligió a su sucesor. A través de esos momentos dramáticos en que la historia giró a su alrededor se va perfilando para el lector la personalidad de Joseph Ratzinger, antes de que Weigel dibuje una breve semblanza de su vida: su sacerdocio, su participación en el Concilio Vaticano II, su episcopado, su llegada a la Congregación para la Doctrina de la Fe, y luego los avatares más polémicos que vivió en ella hasta ser considerado su perro guardián (teología de la liberación, relativismo moral, conferencias episcopales, etc.).
El autor se acerca luego a los criterios generales que orientan la acción pontificia de Benedicto XVI en la esfera política, como un replanteamiento de su diplomacia, por un lado (para diferenciarla con mayor nitidez de la de las Naciones Unidas), y de las relaciones con la UE, por otro, toda vez que las instituciones europeas rechazaron la mano tendida de Juan Pablo II en su batalla por las raíces cristianas. Y sobre el punto de las relaciones con el islam, señala Weigel que el Papa busca "ayudar a los musulmanes a desarrollar una doctrina islámica tolerante de la sociedad civil, que se apoye en principios reconociblemente islámicos", de forma que "condenen de forma continuada y pública los atentados suicidas y el terrorismo en nombre del islam". Que es más o menos lo que dijo en Ratisbona, y lo que los yihadistas no le perdonan.
Dos títulos, pues, que nos ayudarán a comprender ese extraño "día de la ira" en el que chocaron la vanguardia del islam en el mundo –en manos fundamentalistas- y el máximo representante de la civilización cristiana. Sin duda el yihadismo sobrevivirá a Benedicto XVI, pero el comportamiento de ambos desde Ratisbona para acá muestra a las claras quién ganó la batalla de la razón y de la decencia en ese viernes de odio.
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