domingo, abril 15, 2007

Los mejores textos en prosa de Francisco de Quevedo. Edición de IGNACIO ARELLANO

Los mejores textos en prosa de Francisco de QuevedoFrancisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645). España. Puede que al principio nos sintamos impresionados por su vitola de clásico barroco, y creamos que es un autor costoso de leer. Demasiado para nosotros, podemos pensar. Como si Quevedo hubiera escrito exclusivamente para filólogos de postín y universitarios trepidantes. Nada más lejos de la realidad. Es un escritor plenamente actual, inteligible, que nos ayuda a pensar y a no consentir el escarnio de la injusticia… o la literatura mediocre. Hay quien piensa que la mejor prosa es la de los poetas. No sin cierta razón. Desde luego en Quevedo es evidente. Se aprecia en el ritmo de sus frases, en el rico vocabulario lleno de sugerencias y matices; en las metáforas, antítesis y contrastes; en la natural rotundidad de su tan caudaloso como minucioso fluir.
Quevedo estudió en Alcalá y en Valladolid. Se rozó con los grandes del mundo (Duque de Osuna o el Conde-Duque de Olivares), y así le fue. Probó la cárcel y el destierro en la famosa Torre de Juan Abad, pues el poder nunca lleva bien la sátira y el ingenio. Viajó mucho y leyó más. Dominaba el francés, el italiano, el portugués, el latín, el griego y el hebreo. Sus obras en prosa son muy variadas. Desde la picaresca de la Historia de la vida del Buscón, escrita entre 1603 y 1608 (caricatura de lo real, que es reflejo de la crisis social del siglo XVII), hasta lo político y moral de la Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás, de 1626 (de estilo tan sentencioso, dirigida a los ministros mediocres) o los Grandes anales de quince días (una parte de sus memorias). Pasando por Los sueños y discursos, de 1631 (tan relacionados con la pintura de El Bosco y Las Danzas de la Muerte, pues el Juicio Final es algo reiterativo en su obra) o un texto satírico tan extraordinario como La culta latiniparla (para provecho de pedantes). También aquí se incluye una muestra de su arte epistolar.
Quevedo moraliza siempre, y en él la sátira está muy relacionada con el estoicismo (Séneca le influyó mucho), con una pizca de escepticismo y hastío. Recordemos su Vida de Marco Bruto, donde intenta plasmar la praxis de una política estoica. Es un hecho que su pasión política fue enorme, pero más lo fue su defensa de la decencia. Y sin duda es el precursor del esperpento de Valle-Inclán, así como de una buena parte del análisis que Goya hace de su tiempo. Es la verdad que asoma más nítida desde la distorsión, que no es otra cosa que una superación de la realidad o una manera de trascender. El autor de la Premática para las cotorreras se merecía un libro así. Pues es muy complicado acceder a toda la prosa que escribió. Arellano nos ha hecho un gran favor. Pone a nuestra disposición lectora lo mejor (y con una introducción impagable). Ya Ramón Gómez de la Serna, al final de su muy entretenida biografía de Quevedo, dejó dicho que "es el escritor que más necesita una buena antología evitando malezas y prosas de pleito". Aquí la tenemos. Somos afortunados.